Soy español licuante

Pertenezco a una generación extraña, y quizá extrañada.
En los medios sociológicos se la conoce como la generación del “baby – boom”, aquellos niños que nacieron entre 1958 y 1968, en España (entonces, grande y libre). Una década en la que, a pesar de la emergencia de la televisión y del culto al coche en el domingo, a pesar de los presentadores rotundos de programas innovadores en televisión y el trabajo a destajo, quedaba alegría para embarazarse a menudo (alegría que ha desaparecido en esta época, más dada a la reprimenda y a la prohibición y a la tristeza)
La extrañeza de esta generación consiste en que, en su mayoría, son hijos de la emigración. Si me tomo como ejemplo, nací hijo de gallego y extremeña en el País Vasco, en Baracaldo. Crecí allí, entre hijos de emigrantes, que, como yo, tenían absolutamente oscuro cómo denominarse en cuanto a su identidad cultural.
Si se decían Vascos, de inmediato te contestaban que no, y más, si topabas con alguna “Marimaitea” en el tren, que echaba pestes sobre los emigrantes, y sus hijos – aquéllos, venidos a robar, y éstos, como yo, a usurpar una cultura. Si se decían gallegos, en Galicia, les decían nones, que eran “los vascos”, los de fuera. En Extremadura, también resultaban los extranjeros, los hijos de los que no se quedaron, buenos en vacaciones, y vale.
Extrañamente, o lógicamente, tengo amigos que, por tener una identidad, se esforzaron en ser más euskéricos que cualquier adalid del nacionalismo. Directamente a ETA, donde se presentaban voluntariamente para cualquier acción terrorista. Asistí al circense acto terrorista consistente en que un palentino pedía a un gallego el impuesto revolucionario pistola en mano, en su mismo negocio. No sólo el palentino, sino toda su familia, descubrieron al momento su innegable gen euskérico. O un familiar indirecto, que se enterró la ikurriña sobre el féretro y el euzko gudariak en los puños de familiares y amigos, extremeño extremo. Hoy, olvidados, se han caído de los carteles que se muestran en manifestaciones, las que se denominan de “nuestros presos”.
Otros, emigramos. Perdidos por completo de identidad, tanto nos daba, allí o allá, establecernos en Huesca o en Albacete o en Aranda de Duero. En el transcurso de esta navegación que evaluamos como sin destino, hemos averiguado lo más esencial: somos diversos y divertidos.
Portamos la diversidad como identidad carnal, y, por ello, sólo podemos ser una sola cosa, o así lo he descubierto, españoles (como destino en lo particular) De lo exclusivamente regionalista, hemos sido desechados. Decididos, en el interín, hemos creado una nueva manera de ser españoles, sintetizando nuestra diversidad regionalista en una nueva España entendida líquidamente, el español licuante.
Buscamos nuestros chamanes, nuestros iniciadores, en aquellos que nunca mintieron sobre su pasado, que no renegaron del mismo, que en España son pocos (como Suárez, como Gutiérrez Mellado o Senillosa), rociados con su música, la de la movida viguesa, bilbaína o madrileña, española y líquida (como "la chica de ayer", como "autosuficiente")
Estamos viviendo, por fin, nuestro “tiempo de prodigios” (como en la novela de Marta Rivera) A mí, me ha costado cuarenta y tantos años el caer en la cuenta, e innumeras contradicciones que haya logrado entenderlo. Al menos, hoy espero ya no desaparecer de ningún cártel, y tener, al fin, un reconocimiento en mi identidad.



Primera apostilla al soy español: estoy español.

Cierto, no soy español; estoy español.
Nunca soy, sino que estoy.
El ser implica apropiación, y tengo miedo de que se confunda mi identidad, con un acto vampírico, por el cual, me apropio de la sangre de los otros. Tampoco deseo que se entienda que por mi parte exista esa excéntrica manía de usurpar símbolos e himnos. No abrigo la intención manifiesta de componer una letra eximia o exultante o estimulante, que eleve los espíritus de los otros desde la transición hacia el final de un ser español que empañe a la otra media España (pacífica, universal pero catalana) ni a la otra media España (pendiente de espe, pretendiente de las primarias primeras)
Estoy español porque estoy en España, y no soy universal, sino particular.
Estoy español porque estoy en España, y no soy pacífico, que pretendo un respeto por parte de todos a mi identidad.
Estoy español porque estoy en España, y no soy ni catalán ni vasco ni gallego ni extremeño, porque me explica algo más, un plus que ninguna de estas pseudoidentidades posee ni me provee; un valor que las engloba a todas y que se encuentra explícito en la “familiaridad”, “con – vecinalidad” con los otros españoles.
Estoy español porque estoy en España y no soy hijo del mundo, ni ciudadano del mundo, porque no necesito evadirme de mi identidad - o refugiarme en la idealidad porque no acepto la realidad identitaria que me regalan los nacionalistas, la negación de lo real. Quizá sí ciudadano mundano.
Soy un perfecto fenómeno psicológico y muy interesante. Quizá. Ya os diré que entiendo por este fenómeno interesante de estar "español licuante"

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