Filósofos como Meigas

En el famoso libro de De Quincey, “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, en la primera parte del mismo, se mantiene tiesa una tesis sísmica, nadie se puede considerar a sí mismo como filósofo si en alguna ocasión no han intentado asesinarle. Cuenta el autor la anécdota adventicia de un Descartes escamado con los remeros germanos que han de trasladarle a Frisia por el río, a los que ha oído cuchichear que van a asesinarle a la primera ocasión casual. Su sombrío dominio militar de la germanía, lo salvó. O como el maestro malabar de la matemática y el pulido, Espinosa, murió envenenado por su médico melódico en el geométrico lecho de muerte de su casa. Se relata asimismo la aventura del Obispo anglicano Berkley en su periplo europeo y cómo precipitó la muerte de Malebranche por una discusión allá sabe Dios de qué. Añado yo a este repaso patético, el furor organizador de un Aristóteles que pretende tendencioso actuar como un agente secreto contra la Grecia peripatética que lo enriqueció; o el polémico y agórico pero cornudo Sócrates, derramando su sangre sanguinolenta por la Xantipa más mayéutica.
No olvido el notorio caso de Moritz Schlick, precipitándose escaleras abajo hasta el hall de entrada de la Universidad de Viena con cada disparo rotundo sobre su pecho desde el arma que portaba un alumno pronazi que dicen lo amaba, cuando las ascendía. La muerte como cura psicoanalítica porque uno de los polos no desea formar una metafórica unión homoerótica donde ahogar la intimidad imposible por el odio que ambos profesan a lo femenino – Nelböck se uniría al partido nazi como una sublimación de su imposible homosexualidad, según explicaría Erich Fromm en su “miedo a la libertad”. Hablando de Fromm, se nos viene encima el ecléctico grupo político de la escuela de Frankfurt, a los que se declaran “culpables” por hebreos y se exiliaron para no morir en vano en la cámara de gas o en el horno crematorio, como si sucedió con sus libros.
En el siglo XXI nadie parece querer disparar sobre el filósofo e incluso se lo ha incluido entre aquellos que conforman el repertorio mediático de contertulios que abarrotan de chillidos chinchantes los platós televisivos.
En el siglo XXI los filósofos se han unido al cortejo de jolgorios que suponen los pacomairenasporras, más cerca del cuñaooooo que de desentrañar la entraña extrañante.
En el siglo XXI el filósofo se ha alejado del ánima de las armas que portan los francotiradores nazis sociales para convertirse en estrellas sabatinas más que savaterianas u ossesivas.
En el siglo XXI, ¿no hay filósofos?, nos preguntamos. Y nos respondemos: sí, probablemente los haya, pero creer en ellos, nadie cree. 
Son como las meigas, que haberlas haílas, pero, ¿cuántos creen en ellas?

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