En la taza del váter

Sentado en la taza del váter no es el mejor lugar para iniciar una reflexión filosófica ni tumbado sobre la cama mientras una mujer te hurga en el grano gracioso que ha aflorado en tu entrepierna ni en la silla de ultimísimo diseño ultra vanguardista. No, desde luego. Lo estableció del primero al último de los filósofos que han sido, la reflexión filosófica sólo se provoca cuando uno anda. A pie, como Jesús y sus discípulos, como Sócrates y Aristóteles. Éste en evidente huída sempiterna. Ni siquiera Hegel, el más quieto de los filósofos, que iniciaba la reflexión de manera nocturna y volando sobre la realidad que le impregnaba. Me viene a la mente ahora como si existiera un libro que portar como título Reflexiones dese la taza del váter; e, incluso, Juan Antonio Canta (1966-1996) apareció sentado en la taza del váter en la portada del disco “Las increíbles aventuras de Juan Antonio Canta”. Sin duda no leyeron a Nietzsche cuando explicaba al mundo en general que el culo era un pecado contra el espíritu santo, él que se alejó del espíritu para hacerse el loco de los faroles. Ningún pensamiento que no se piense en camino nos sirve como reflexión. Y vale.

De regreso al hogar y paso a paso, se me ocurre pensar que mañana no hay trabajo, que mañana es día de asueto. Desde el hoy laboral, no hay mañana. O el mañana queda excesivamente lejos, en un más allá imposible. No sé porqué se me ha colado este triste pensamiento milenarista. No hay mañana, pensamiento que viene de la mano con el título de la novela de Amando Lacueva, El sexto Sol, sobre el fin del fin del mundo.

Milenarista es una palabra que provoca dificultad silábica en quien está sobrio; pero quien se halla ebrio es capaz de pronunciarlo con rotunda unidad silábica. Recordar a Arrabal en el centro del centro de España, justo en las narices de su ideal Dragó, al que tanto admirodio. Milenarista, desde tiempos inmemoriales el hombre juega con la idea de su propia desaparición en la misma desaparición del mundo.

Curiosamente, al hombre no le puede suceder como al resto de las especies, que desaparecen mientras el mundo permanece eternamente. El hombre se ha imaginado desapareciendo de mil maneras, porque se apaga el sol, porque le golpea el sol, porque se nos cae la luna encima o un meteorito o porque nos degluten variadas formas de vida alienígena o celular, o los malditos zombis. El caso es desaparecer en un proceso de digestión. Y sucede por que somos malos o somos buenos o porque nos ha llegado la hora o porque hemos acabado con las existencias materiales. Al menos El sexto Sol, nos hace desparecer para reaparecer diferenciados. Renovados. Y ésta, la renovación del 2012, se presenta como la última

No creo en el milenarismo. El fin del mundo es el fin de mí mismo, cuando llega mi hora, llega la hora del mundo. Si no estoy en el mundo, el mundo no es. Sólo soy si soy percibido. Como vio Antonio Machado o Pepe de Mairena, “el ojo no es ojo porque ve, es ojo porque lo miran”. Si nadie me percibe, aunque sea en la wikipedia, no soy.

No creo en el milenarismo. Me lo mostró un libro de filosofía del ocultismo, escrito por uno de esos burgueses de comienzo de siglo XX, que sin oficio, se dedicaron a desmontar cada uno de los mitos más sagrados. La brujería, el hermetismo, etc. Siento que no recuerde ni el título ni el autor, a pesar de la música minimalista y hermética que me acompaña.

Sí creo en el millernarismo, es decir, en Henry Miller y sus espléndidas novelas para los adolescentes y militares y estudiosos del inglés. Los trópicos, que influyeron en su día en multitud de escritores para desembarazarse de las censuras del sexo. Recordamos todos como nos disponíamos a leer aquellos textos como si fueran testículos, y florecerían las vecinas a nuestro alrededor, como le ocurría al autor en cuanto se empeñaba en emitir con su pene al aire. Seguimos con la crucifixión rosada y desembocamos en el mejor libro escrito por un escritor de libros de viajes, El coloso de Marussi. Tras tantas lecturas, hoy ya no vamos a los pasajes sexuales desfasados, y sí aquel comienzo del Trópico de Capricornio, cuando explicaba que cuando se ha entregado el alma todo lo demás sigue sin solución. Y Jimmi, jodido tras el mostrador de su trabajo, queriendo pegarse un tiro de gracia o gracioso. Las calles de París y aquel New York infernal al que mejor no retornar. Y todas las mujeres del mundo.

Que gracioso resultó hallar en Henry Miller una definición del ser humano que después rencontré en el prólogo del Corydon que escribió el doctor Gregorio Marañón, “el hombre es un pene adosado a una mente y que camina”. Caminar, pensar y desarrollar la sexualidad, ¿para qué pensar en el milenarismo? Porque lo pide Arrabal.

Comentarios

  1. Espléndido post. Yo , a estas alturas, todavía flipo con Hnery Miller: será que con la edad uno se va volviendo digresivo, amén de cachondo. Un saludo.

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  2. Gracias, miguel ángel, yo todavía releo la crucifixión rosada; prefiero los trópicos y flipo realmente con el coloso; pero sin duda, la sonrisa al pie de la escala, un pequeño cuento que recomiendo.

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