Marilyn y Heidegger bailan desnudos hasta el anochecer

Todos los filósofos han hablado de la muerte y han escrito grandes páginas reflexionando acerca de su sentido. El mismísimo Sócrates, que nunca será suficientemente loado, supuso que morir era un gran bien, ya que te acercaba al Bien que nos alimenta, en un pensamiento absolutamente cibernético, la retroalimentación como la verdadera vida. 
Siempre que se esté preparado, por supuesto, es preferible morir. 
No sabemos si lo expresa con veracidad idealista o con la convicción prestada por su titiritero, Platón, pero el caso es que los que acudieron a sacarlo de la cárcel, se quedaron helados al oír de la boca de Sócrates que él ya no precisaba la vida porque la muerte era su camino. El camino que redescubrió Escrivá.
La muerte seductora como una sinuosa Mae, una chica mala que va a todas partes. Como la muerte. Suponemos, que el cariacontecido Critón pagaría el gallo que debían y que todos tan contentos. También Platón, que no asistió. A Sócrates y a sus amiguitos, parece que la muerte les concernía indudablemente más que a París, que, cobarde, se esconde de la misma, en la valentía de Héctor. Si Montaigne hubiera vivido en aquella época, les hubiera convencido de todo lo contrario: siendo como eres ser vivo, la muerte no te concierne, Sócrates, porque eres; ni muerto, porque ya no eres. O hubiera provocado la más sonora de las sonadas carcajadas en los griegos más dialécticos contra ese que parece un sofista al que se le debe quemar la casa. 
Schopenhauer, sin dudar, hubiera entendido a Sócrates a medias, porque si bien le hubiera encantado esa apetencia de morir cercana a la negación de la voluntad de vivir que nos hace preferir la eternidad, le hubiera desencantado esa eternidad de prestidigitador que se sacan de la manga, llevando a todos más allá de lo limitado, a lo eterno. De la Manga del Bien Mayor, evidentemente, el mayor de los Bienes. La muerte es una posibilidad, porque el hombre es un ser para la muerte. Nada más ni nada menos que las palabras más Heideggerianas afloran de mi boca. No añado nada, que prorrumpen así de solaces. SeinfurTod, sin duda. 
Me cautiva la muerte alemana, es el Todo, el Tod – Ao, completamente cinematográfica. Me imagino al protagonista de su Vida, vestido como Bogart en El sueño eterno, diciendo, la muerte es mi ser más peculiar. Aunque creo que lo saborea y se deleita para sacar de quicio a Lauren Bacall demacrada y también a Howard Haws pilotando. 
Evidentemente Marilyn Monroe si lo podría señalar, no sólo soy un ser para la muerte, si no que estoy condenada a morir, ¿verdad, Darling? Y sonríe como cuando cazaba caballos con otro condenado a morir, el protagonista de Vidas Rebeldes, Carl Gable, de un infarto de miocardio. O aquel a quien amó en la misma película Monty, que muere ahogado cuando su coche se empotró en un poste telefónico y dos dientes se clavaron en su garganta. Llamada para la muerte, se podría haber titulado de ser un film apocalíptico. La película de Vidas rebeldes la pudo escribir cualquier existencialista alemán, pero lo hizo un atormentado Miller, Arthur, que tituló su vida Después de la caída, que quizá sea lo más perverso. Curiosamente y ya que sale Marilyn, rememoramos la frase de Montaigne que la belleza puede más que el oro y como la Belleza es el Bien y el Ser, y el Bien es lo que más se desea y puede más que el oro, querer el Bien, la Belleza o el Ser, nos lleva al único camino que conduce a ello, la muerte.
No me extraña que se desee la belleza, sobre todo si la Belleza tiene el cuerpo con senos de rosa de Marilyn Monroe. Ella es la Luz que Sócrates miraba al final del túnel.

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