Si te aferras, lo pierdes

En alguno de los múltiples diálogos que escribiera Platón, según recuerdo a bote pronto, realizó y dio a conocer una clasificación de los hombres, que tiene su aquél. En uno cualquiera de sus multiplicados diálogos, él o su “alterfiloxantípico” manteado en el ágora, nos daban a conocer tres clases de hombres: los vivos, los muertos y los que andan en la mar.

Los vivos y los muertos, saltan a la vista y son racioempíricos; pero los que andan en la mar, son evidentemente platónicos, como el amor que nunca se da a conocer, todo lo contrario que David Croquet en el Álamo. Los vivos y los muertos, un fantástico título para una o varias novelas, como la de Edmundo Paz o la de Kostantin Simonov. Curiosamente las dos novelas aspiran a que no se comprenda nada de lo que ocurre, que suele ser lo que sucede entre los vivos y los muertos, por mimetismo. Curiosamente, a este mimetismo se lo denomina épica. He de confesar que el primer título que me vino a la memoria fue los desnudos y los muertos, esa fantástica novela de un autor ampliamente denostado, por Norman Mailer, donde todo es un caer al vacío de una manera vacua.

Los que andan en la mar pudieran ser los marineros, pero estos más bien surcan la mar sobre un suelo metafísico aunque real, la pez que cubre el casco del barco. ¿Quiénes son los que andan en la mar? No podía imaginar ni nadie imagina quiénes andaban en la mar, salvo si lees el nuevo testamento y ves los pies de Cristo sobre las olas de un mar encabritado que según su palabra emerge, se calma, de una manera real, muy real, pero ampliamente metafísica. La realidad de andar sobre la mar metafísica, es una suerte de sincronía que Cristo realiza en coexistencia con la totalidad de los hombres, en simultaneidad con todos los tiempos.

Si me dejo de marineros y de Cristo, de realidades y metafísicas, de la metafísica de la realidad y de la realidad metafísica, entre los vivos y los muertos y que pudiera incumbir al bueno de Platón y de su alter mayéutica, no encuentro si no esos ríos que circundan el Hades como un mar insondable. El hombre que anda sobre la mar es la alma seria gnoseológica que camina por el olvido, por el odio, penando lamentos de fuego. Este alma desde luego es de aquellas que ha olvidado que lo es y al errar su camino al mundo ontológico acaba en el mundo óntico del Hades, buscando el sentido óntico, la relación que mantiene con la realidad de una manera sincrónica – como lo logró Cristo.

La alma que anda por la mar no es si no el alma que busca su urdidumbre, esa palabra platónica que a todos encanta, como encanta el movimiento de las caderas de Shakira, symploké. Estar unido a las cosas de manera tal que nada nos pueda separar, porque entramos en la simultaneidad, la coexistencia. La coexistencia consiste en unir lo óntico que parecemos con el estar cotidiano para acceder al último estadio ultramundano. Tanto como peregrinar a Santiago.

Quizá a Platón le disguste enormemente esta interpretación que realizamos de sus conceptos y nos mande a la mar de Lete; pero desde luego, no nos ha de importar, ya que en este instante no es de los que andan en la mar, sino de los muertos. ¿O no?

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