No puede volver a dormir tranquilo aquel que una vez abrió los ojos

Ha fallecido Malcom Maclarem, y no como vivió, armando ruido, sino silenciosamente. Creo que no me enteré hasta ayer mismo, el día posterior a su muerte. Lo dijeron sin decirlo, calladamente, repitiendo aquello de que su vida fue un gran montaje, un engaño continuo, y radiaron “Anarchy in UK.”, que sonaba igual que el primer día, sin que nadie supiera claro, cómo sonó en su primer día, puro ruido y venganza, como quien araña rabioso una puerta que le impide salir y lo intenta con unas esposas impidiendo mover sus manos. Ha fallecido Malcom Maclaren, y sin duda no manejó él en ningún caso el control de su muerte, diseñándola incluso, como diseñó, manejó y vendió a los New York Dolls; inventó, reventó, exprimió a los Sex Pistols; compuso la estética dandi pirata de Adam and the ants y lo pervirtió en el Príncipe Carmín. Wow, wow, Bow, música del futuro que dejó inconclusa, fue como la enfermedad oculta que lo mataba tan poco a poco, que su rápido final consistió en un derrame cerebral.  Un burdo derrame cerebral, que es una enfermedad tan de todos, tan del vulgo, que creo que por ello calló y no permitió que nadie lo anunciase al mundo. Hubiese sido preferible que el silencio tendiese sobre el mundo y sobre él un mínimo velo de misterio griego que confundiese a todo el que se acercase a oler el triste y vulgar olor de las ya archialabadas enfermedades que hace tiempo que se padecen. No lo hallaron a la deriva, como hubiera sido su deseo, pero, tampoco se ha marchado, lo sabemos, que retornará en breve.
Lo más interesante de Malcom no resulta ser el que se postulase como el representante de esos grupos pioneros del punk rock ni que inventase de la nada a los sex pistols, sino que intento llevar una vida acorde a lo que para otros sólo fue teoría. La teoría del espectáculo. Si no recuerdo mal Guy Debord nos permitió hablar de la sociedad del espectáculo. La sociedad capitalista en la que vivimos, bien conocida, sólo es un gran escenario sobre el que va sucediendo los que quien ser artistas, y otros, que sólo quieren pasar sin más, miran. Dos clases de individuos entonces, aquellos que van en busca de sus quince minutos de fama, según preconizara Andy Warhol; y aquellos otros, meros espectadores o “veedores” de la fama. Sin duda, cuanto mayor sea el espectáculo más será la repercusión y mayor la gloria. Malcom, lo supo, y se puso en el intermedio, vendía la fama a quien quería conseguirla a costa de provocar a los veedores bebidos. O lo que es lo mismo, se embebió este Maclarem del situacionismo letrista y lo continuó en el punk y en el dandismo posmoderno y en la “experimentación sexplosista”.
A pesar de que fuese renovando la bandera de su movimiento continuo, no modificó nunca el método de trabajo, la Deriva. Los hombres somos como los continentes, y nuestra deriva se produce en las ciudades, entrechocando entre nos. Perdidos en las calles, ahora que lo pienso el pueblo también vale, vamos deambulando a la búsqueda del suceso que nos haga catapultarnos al poder del espectáculo. La búsqueda es un proceso aleatorio, que no precisa de ningún plan preconcebido, ya que esponjearía la deriva. Tal y como lo veo, la deriva es encontrar un suceso azaroso que nos envuelva en su fluir que deviene a lo largo del espacio para arribar a un tiempo de revolución o suicidio. No hay más elección.
Precisamente, el suceso azaroso que nos envuelve nos conduce a una revolución, una revolución a la que todo el mundo toma en serio; pero no nos tomemos jamás en serio a nosotros mismos, a no ser que queramos pervertirnos en reaccionarios y finiquitar la deriva. No es el azar quien pervierte la deriva, como creía Debord, sino el hecho de que queramos tomarnos en serio como creadores, si la fama sólo son quince minutos. Dicho de otra manera, hay que asesinar al policía que llevamos dentro, que es el que nos obliga bolinga, a tomarnos en serio.
Curiosamente, uno de los situacionistas más fructíferos fue Unamuno, que gritó aquello de que yo no vendo el pan, sino la levadura. Creo que la deriva es la búsqueda del vendedor de levadura, la búsqueda del “camello” que nos vende la capacidad de discutirnos a nosotros mismos porque somos capaces de introvertirnos a nosotros mismos. Girando el alma como Jim Morrison, nos imponemos la necesidad de cabalgar la serpiente.
La deriva es la capacidad de deambular con libertad buscando la poesía del amor, convulsamente, esto se puede considerar la capacidad de convertir los deseos en realidades, es decir, algo que yo no creí hasta hoy, la vida siempre está más allá.
Ha fallecido Malcom Maclarem y ha dejado escrito que volverá en breve, pero no breve, porque ha comenzado la última deriva, aquella en la que se proscriben los aplausos. El espectáculo nos rodea. Y es que no utilizamos la palabra adecuada para nuestro proceso de vida – muerte: nada de lo que hacemos es una revolución; en realidad, es una mutación.
Mutemos, pues, del arribismo que nos enseñan en las escuelas desde los cinco años, a la exageración de lo extraño.

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