¿El mundo es un lienzo pornográfico ?

La antropología, o lo estudio del hombre, evidencia que la principal característica del mismo es la carencia. El hombre es un ser de deficiencias, según Plessner Y Ghelen. Algún que otro recién llegado a la antropología utiliza el término “déficits”, como si el hombre fuese un balance, pero debe ser, como explicó en su día Russell, que sólo entienden al hombre como “hommo practicum”, que triste. Debemos entender que las deficiencias del hombre se las debe a que lo comparan con la naturaleza. La naturaleza es lo objetivo, aquello que no podemos dominar (ni delimitar) y que se comporta determinísticamente. Todo lo que se presenta y halla determinado, no nos apetece, lo odiamos, porque es como el equipo de fútbol que siempre hace las cosas igual, y aburre. La naturaleza posee sus leyes, unas leyes que consiguen que todos los sucesos que acontecen en el mundo, todo lo que acaece, ocurran siempre de la misma manera, con la misma forma lógica, siempre los hechos atómicos ahí. El lenguaje equívoco – subjetivo que utilizamos nada puede contra la forma lógica univoca – objetiva, ni siquiera expresarlo/atraparlo. Como mucho, y según explicó  L. Wittgenstein, a lo sumo, pintarlo, y siempre y cuando se verifique que hay coincidencia en la forma lógica. Que nuestro lenguaje subjetivo – precioso no sea capaz de apresar comprensivamente la forma lógica objetiva – precisa es otra y fundamental deficiencia humana. La naturaleza es ese ogro maléfico de los cuentos de niños, ese lobo astuto que engaña a los cabritillos, con las que nos asustaban en suspiro. Ahora ya no me asustan, porque los filósofos/antropólogos le han dado un nombre a la naturaleza, um-welt, entorno, medio ambiente, en su traducción del alemán, y nos han explicado que, en cuanto seres humanos humanados, el entorno no nos pertenece y no nos afecta. Sólo debemos cuidarlo. Es un mundo de instintos y como seres humanos carecemos de los mismos. Este entorno, como mucho, es cognoscible en cuanto que estudiamos al animal y sus comportamientos respondientes, y aprendemos como éramos antes, como “homos”. Incluso aunque quiera Freud colarnos esos dos instintos envolventes, Eros y Thanatos, amor y muerte, acudimos a aquellos que se han afanado en criticar al psicólogo vienés tomando un cappuccino y negamos que eros y thanatos, y los minusculizamos, y hasta la represión nos afecte, porque nosotros tenemos la teleología personal y humanizada, y que tan bien expresó hace dos mil quinientos años Aristóteles, el filósofo secreto, el agente ético. No negamos la existencia de la naturaleza ni el entorno, simplemente negamos que hoy por hoy nos afecte en el nuestro comportamiento porque hace tiempo que abandonamos su tutelaje. Esto es tan palpable, que incluso hace mucho tiempo que abandonamos el culto a los dioses naturalísticos, los del entorno, las divinidades del lar, los dioses de la lareira; o, quizá y tal y como defiende Gustavo Bueno en uno de sus panfletos modernos, abandonamos a los animales, que eran nuestras divinidades.
El mundo, Welt, es el siguiente paso evolutivo dado por el hombre en cuanto que cesa de ser homo y se convierte en gente. El mundo, se lo pensáis seriamente conmigo, no es lo propio de la persona, que es individual, sino de la gente, lo colectivo estatal. El mundo es de la colectividad, una creación colectiva. La gente, toda vez que toma conciencia de su diferencia con la naturaleza, crea, nunca mejor dicho y para plasmar esa diferencia, el mundo, Welt, y que se expresa como “weltandschauung”, cosmovisión o formas culturales. La cosmovisión es lo que esconde, usos, costumbres, leyes, formas de gobierno, partidos políticos, basura reciclable o ready – made, la religión, el gozo sexual, la oración, los museos, los happenings, el teatro, los protocolos, las reglas del juego, los roles: el mundo de la gente contra el entorno envolvente, cultura contra natura. Freud estableció en su libro sobre el malestar en la cultura, que el mundo surgía de la represión que la gente, el colectivo, realiza sobre lo instintos naturales: la religión, el teatro, la poesía, los ready – mades, la capacidad de establecer conceptos, surgían cuando la gente se esforzaba afanosamente en reprimir los instintos. Reprimir o negar, da igual, ambos son mecanismos de defensa. Nos limitamos a defendernos de la naturaleza, culpable, y lo hacemos reprimiéndola; y la consecuencia más palpable de esta defensa es la cultura, el mundo, la cosmovisión. Como siempre, no se sabe cómo, la gente goza con la represión y la violencia, goza con las consecuencias de la represión y la violencia, con la pura negatividad, y eleva estas consecuencias a la categoría de obra de arte. La violencia que sin dudar ejerceríamos los unos contra los otros de una manera natural en un aparatoso happening destructivo, la sublimamos y la encarnamos en una obra de arte. De esta manera abandonamos hace tiempo la trogloditicidad nómada de la que partimos, la que nos vio surgir. Desde luego, volveríamos a esa sociedad nómada y troglodita si perdiésemos de vista a esta sociedad coercitiva, el mundo, que nos mantiene a raya. Así como en la película Themroc, donde Michelle Piccoli, agotado socialmente y víctima de los déficits, abandona su trabajo, torna a su casa y derriba los muros de la misma, olvida el lenguaje, toma a las mujeres a la fuerza, come crudo, se comporta bajo los efectos del Eros y el thanatos, y, en definitiva, de manera natural.
Así comprendo ahora a qué se refería Nietzsche cuando nos explicaba en sus libros que el mundo era una ilusión, sin duda, se refería a la sublimación que surgía de la represión que lleva a cabo la gente, esa masa informe (en Marx probablemente esa sublimación se ejemplifica la economía, que es la violencia represiva freudiana, probablemente)
La gente en general, no la judeo – cristiana o los socialistas, como denunciaba Nietzsche, porque la religión y la política surgen como consecuencia de la represión, no son las fuerzas represivas per se. Este mundo es una ilusión que generamos para olvidar la naturaleza. Una ilusión que se expresa en una serie de conceptos que conforman la cosmovisión, que nos engaña nuevamente. Doble engaño, del que salimos, ¿cómo?
Escucho decir que tras la ilusión del mundo que se pinta en la cosmovisión se enfrenta uno a los mitos, ritos y arquetipos, que conforman el reino, la realidad humana, el lugar de comunicación interpersonal, como rezaba el título del libro de Ortiz – Osés. La comunicación, que no es de este mundo sino de aquel reino, y que nos permitirá unificar natura y cultura. La Comunicación es la que nos entresaca de este doble engaño, una comunicación existencial, jasperiana, que perfeccionó Octavio Uña o la interpersonal y perfectamente humanada que explica Osés.
La comunicación es nuestro problema esencial, del que tenemos que hablar. Pero permitidme que os indique sin tapujos que Nietzsche no estaba pensando en Michel Piccoli cuando escribía rasgadamente acerca del superhombre.

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