Ni apocalípticos ni apocalipsis

Nunca pensé que fuera a vivir algo semejante como lo que condujo a  Erich Fromm a dictaminar que, durante el nacionalsocialismo, la personas, bajo la presión del miedo, elegirían la seguridad a la Libertad. El título que otorgó a aquella época y a su desarrollo era la misma con la que nuestro autor título a su trabajo, “El miedo a la libertad”. Ochenta y siete años transcurridos desde aquel instante, y revivimos tal vivencia, y en propia carne. Nos han obligado a confinarnos en nuestras casas por el miedo a que nos infectase un virus y fallecieran un elevado número de personas. 
Se ha agitado de manera ostensible la turbación de los políticos ante el temor de un contagio excesivo y unos fallecimientos cuantiosos, para que todos nosotros prefiriésemos la seguridad del confinamiento a la precariedad de la libertad. Se ha vuelto a producir una renuncia a la libertad por un pánico excesivo a la muerte. Más que miedo al contagio (siempre nos hemos contagiado) lo que ha arremetido sobre las personas para apoyar esa decisión ha sido la alta certeza que se esgrimía que del contagio se sucedía al fallecimiento.
Es un hecho claro que a la especie sapiens, que al género hommo, no lo va a extinguir ni un cataclismo atómico provocado por un desesperado jefe de estado en decadencia, ni un apocalipsis que provenga del universo en forma de colisión con asteroides u otros planetas, sino un microorganismo, en forma de virus (contra las bacterias maliciosas hay vacunas y son posibles) Lo único que aguardamos desde 1920 es asegurar que la pandemia que vendrá (la próxima, siempre la próxima) es la definitiva.
Por la urgencia, el pánico político, las decisiones extremas de confinamiento, el acaparamiento de productos no perecederos como vitoria implícita de los “preparacionistas”, la profilaxis de convictos y culpables que exhibimos en balcones, los balcones togados, concebimos de manera insoslayable que se trataba de la definitiva. De aquí a la eternidad.
En ese instante terminante y absoluto, se oyó la voz gubernamental repartiendo esperanza de salvación dinámica en la renuncia espeluznante a cambio de la libertad de los ciudadanos. Por vez primera asistía en situación, a la transmutación imitativa de la política en religión. Y a la otra voz, la de vocingleros políticos repartiendo culpas, y quien se quema las pestañas ante el virus, los sanitarios.
No existe la culpa. Nadie puede ser culpable de lo que acontece. Si que existe la responsabilidad. Coexistimos como si la Vida microorgánica, fuese tan simple que no contuviese en sí ningún peligro inminente y, mientras tanto, nos hemos mirado a nosotros, la real vida prepotente, vigilándonos con la desconfianza del culpable, olvidádonos de crear un arsenal utópico contra los microorganismos. Vivíamos en los locos años de la inconsciencia colectiva.
Una inconsciencia colectiva que ahora arrastra a algunos voces a decir que debemos prepararnos para el mundo que vendrá, que lo intuyen diferente y conmocionante. Curioso que lo vean en tono postapocalíptico, contenido todo él en la profilaxis de las relaciones, en el distanciamiento social (qué triste, voto a Txos, qué triste), en la precariedad amatoria y erótica. Una inconsciencia colectiva que dá por hecho factual de que viviremos tiempos de confinamiento indiscutible para siempre. Hemos perdido la calle (y el norte de la acción humanizadora) y, por supuesto, las relaciones a flor de piel.
Prefiero salirme del pensamiento que provoca el confinamiento y reflejar en mis palabras que la vida va a seguir siendo como siempre, aunque le otorgaremos la importancia a quién lo merece, a lo qué lo precisa, a dónde hemos de mirar.  Unidos como nunca. 

Volvemos a la responsabilidad y sabemos que es responsabilidad de todos los políticos estudiar y contener y vencer a esos microorganismos para el futuro próximo (estudio e investigación) y que no se repita esta situación. La nuestra en obedecer por ley y respetar nuestro confinamiento actual, mientras repetimos con arrojo determinativo que en ningún caso vamos retornar a vivir con miedo a la libertad.

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