El triste mundo de la ceja hipnótica

Ciertamente y tal y como se desarrolla el razonamiento que me convence ahora, no resta más remedio que admitir que la sociedad actual en su relación con sus convecinos descansa sobre la mala intención, que se califica como “mala” no porque la cataloguemos desde la anterioridad de un elenco de proposiciones morales, sino, desde la mismísima intención, que es la que concluye su maldad (tano como su bondad) A parte de que con la palabra intención se haga referencia al propósito de hacer o conseguir un objetivo o varios, también hacemos referencia a un modo de obrar franco e irreflexivo por inmediato y que se considera ya como la “buena intención” y, por otra parte, una manera de actuar en la que se procede de manera doble y solapada, que es lo que se denomina “mala intención”. La buena intención nos hace actuar siempre con la finalidad de suturar la herida social; la mala intención, por el contrario, espera siempre la cauterización o la curación total de la herida social llegué algún día por sí misma, ya que desde la misma herida surge su granulación. La buena intención se puede catalogar como amor, odio, etc.; mientras que la mala intención emerge desde el móvil personal (alejado por tanto de la querencia y sus sentimientos). Lejano en cuanto solapado, que, aunque perseguido por el autor, no se puede catalogar de amor, odio, etc., por su doblez. Mientras que la buena intención es la acción directa (¡ay, bendito anarquismo! Y que mal se lo ha entendido), inmediata, querida y que moviliza de inmediato al amor, al odio, a la piedad; la mala intención es una acción que busca el móvil personal, lejano, doble, solapado, que no pretende jamás suturar ni curar la herida social sino sólo diferirla en el tiempo. La sociedad actual que describimos en cuanto que la vivimos, es de la mala intención, pues presenta unos programas de actuación que se presentan para que se voten democráticamente, pero, al alcanzar el poder, se concluye la sociedad desde los otros, la doblez, que tan bien ejercieran Heidegger, Nietzsche, Jung, esos filósofos de la sospecha que, en realidad, y años vista, deberían haber sido ellos los sospechosos. Estos filósofos que se presentaron como revolucionarios (acaso sólo apreciamos el valor de las cosas tras haberlas amado) a la que solaparon a esa revolución un tinte de sangre individualista (no se valora al ser sino en cuanto que yo valoro al ser). Este Nietzsche, que siempre en el amor de los unos (los más fuertes) va el perder de los otros (los más débiles, el rebaño, los judíos/hebreos, socialistas y cristianos), y que tanto gustó a todos en sus máximas irreales en cuanto sifilíticas. Si ejerciéramos de Nietzscheanos y diésemos pábulo a su teoría del bien y el mal físico (biológico) me encantará afirmar que la mala intención con la que escriben y se expresan estos ideólogos y sus perversos seguidores, proviene de su próstata de hidropesía, de sus sífilis galopante, de su estar mal o malos, que es lo que les provoca su mala uva permanente y que les empuja a escribir y pensar despreciando y humillando al resto del mundo; que, incluso, ese estilo de pensamiento les lleva a un estilo de vida necrófilo, de exaltación de la muerte, y como la ausencia de sistema que tiene, ausencia de vida, retorcida y densa por ininteligible. De esta manera acabamos identificando la buena intención con la buena uva, y la mala intención con la mala uva y amplificamos de esta manera la leyenda del santo/malvado bebedor. No. Hay algo que Aristóteles, que fue más agente secreto que filósofo, dio cabida en nuestras vidas y a lo que denomino y nos gusta, la voluntad. Voluntad, libertad, la maravillosa capacidad de decisión, que es buena intención siempre. El hombre tiene voluntad, porque desea, quiere, anhela, aquella que precisa y no precisa. Lo curioso es que ese deseo se agrega al entendimiento, que sopesa esa intención y la prefiere o no la prefiere conforme a lo que ya ha aprendido con anterioridad, ese elenco de conocimientos que nos acompaña toda la vida. Decimos sí o no a un anhelo, querencia, etc., pero no por un interés personal  (que no pertenece a la voluntad, que es exógena y hasta incierto su origen) sino por la voluntad queriente, la buena intención – nuestro ser más íntimo.

Comentarios

Entradas populares