Lo que nos espera I

Cuando surgió el término conceptual “globalización” – que traducía al término inglés “the global” – todo el mundo intelectual corrió a apuntalarlo para intentar abandonar “el fin de la historia” en el que nos había introducido Fukuyama, e iniciar a través del mismo, una nueva senda de progreso. 
Recuerdo que el profesor Joyanes intuyó que aquello suponía una revolución social y comenzó a hablar de la misma con la denominación “cibersociedad”. 
Hoy, con la distancia, observamos que aquello tuvo más visos de idealidad platónica que de realidad concreta. Vemos que el término “ciber” ya no se une ni a delito, un término del que nadie se acuerda; y que la globalización no es sino la reunión del consejo de administración financiero de un estado económico mundial, que impone a cualquier Estado las disposiciones que ha de seguir en el campo económico y deprime lo social. Por supuesto, este estado financiero se auto - convence de la necesidad de la paz; y por eso, sólo se echa atrás cuando encuentra violencia social (o cuando esta es grabada vía TV o prensa: el periodista es el peligro, ¿verdad Couso?), que no debe aparecer en los medios de comunicación ni en las redes sociales. Hasta las huelgas y las manifestaciones han de discurrir por los cauces “normales” (baste escuchar en boca de políticos frases como “la normalidad es la tónica de la huelga”) Desde luego, esta no es la cibersociedad que se dibujo en los libros de los noventa, donde ésta iba a solventar todos los problemas, desde el hambre, al paro; desde la abolición del trabajo como carga a el fin de cualquier conflicto armado. Eso sí, lo que ha conseguido la cibersociedad es la ultraprotección de los niños, no sólo de los desamparados sino de todos los niños. 
Quizá el nuevo Estado global entiende que la paz necesaria para unas buenas finanzas empieza por no ver el sufrimiento en los ojos de los niños, que se transforma en cosa insufrible. Esta necesidad de proteger a todos los niños de todo el sufrimiento, se ha transportado al objetivo de la educación y es la educación misma. De alguna manera, el Estado ha usurpado la patria potestad infraestructuralmente y sólo consiente un uso nominal de la misma. De esta manera, los padres dejan de intervenir en la protección y cría de los hijos naturalmente y la familia, cada vez más, se transforma en un elemento obsoleto – sobre todo entre las clases bajas y medias, donde ya sólo resta rendirse al culto al Estado acogedor de tus hijos a cambio de que te permitan subsistir (que no vivir y menos vivir bien) con fundamento en la subsidiaridad. 
Por supuesto, la familia como tal no desaparece entre las clases altas, porque, desde siempre, cumple un objetivo esencial, perpetuar a éstas en el poder, como el elemento que les delega el poder. Al no precisar de la familia, el amor heterosexual no es necesario. Su necesidad radica en que un padre y una madre se unen de manera natural para sacar adelante a sus crías en la unidad familiar natural. Pero toda vez que el estado se hace cargo de la cría, el amor es innecesario. Se sustituye por otras alternativas de carácter sexual - cultural, sólo sexo. 
Una sexualidad sin restricciones para las clases bajas y medias, basado en lo Porno (por eso el porno sólo paga un 4% de IVA) En mi época de adolescente, existía una revista erótica llamada LIB, de contactos y sexo de todo tipo. Podemos hablar que actualmente para las clases bajas se les reserva una sociedad LIB (LIBXOCIETY) 
 Sin embargo, las clases dominantes persisten en una sociedad tradicional, en lo que muestran, claro.

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