La irracionalidad y nosotros que la quisimos tanto

El sujeto ha muerto, se proclamaba en el mundo entero, o sólo en el mundo de la filosofía, pero era como proclamarlo en el mundo entero. El sujeto, esa oscura creación de la triste burguesía europea, de aquella que pintaban flamencamente contando la dorada cabellera de una esposa floral en cascada de monedas. El sujeto, que en tanto que creación burguesa, era una ficción,  aunque el sujeto nunca lo sabrá, que de eso se encarga el status quo. El sujeto, ese elemento al que se le puede exigir trabaja, explótate, reveréncianos, vota. El sujeto, ese pobre elemento al que se le puede sodomizar para que sepa dónde, quién, es el poder. Este descubrimiento de que el sujeto era una creación burguesa se lo achacaron al pobre Marx, igual que otras muchas ideas, el que creía más que nadie en el sujeto, tanto explotado como explotador, como en el sujeto liberado. La manía del sujeto como ficción, como creación burguesa la patentizó Althuuuuuuuser, ¡jo, qué miedo!
En fin, que aquí comenzó la apuesta por la irracionalidad, la más segura.
Lo irracional siempre ha bordeado la esfera humana y con grandes posibilidades del absorberla, pero siempre hubo quien pusiera las cosas en su lugar. Desde los inicios de la filosofía, la irracionalidad estaba presta a explicarlo todo. No en balde, el mismísimo Platón, derivó hacia el mundo de las Ideas, que, aunque poblado de Ideas muy racionales, su misma existencia era aceptada sin más explicación. Por cierto, y pensándolo tras el inicio de este párrafo, el amigo Platón comenzó por irracionalizar el sujeto, que puede ser tanto como asesinarlo, porque lo transmutó en objeto ideal. Su alumno más racional y menos filósofo, Aristóteles, compuso las cosas a su lugar, y retornó a la racionalidad del desarrollo del mundo con fundamento en un motor inmóvil divino racional. Desde luego, Aristóteles sabía que la racionalidad era la guía de lo irracional, y la irracionalidad que él encomiaba se denominaba apetición. Apetecer deliberativamente, para decidir y actuar. Este era el orden de los factores que no alteraba el producto. Y caminó durante siglos la racionalidad y su desarrollo hasta que alguien comenzó a poner en duda la posibilidad de comunicar la racionalidad; y comenzó la sospecha. Este dúo de la sospecha, fueron Nietzsche y Freud. El primero con la irracionalidad que surgía del “amor a la tierra”, esto es, el Destino, y cuyo mejor alumno, Heiddeger lo revertió en “destinación”, y le puso un nombre Deutschland, es decir, los que pertenecen a la misma tierra (y, por asimilación, a la misma raza) Freud, propuso la irracionalidad como conductora de la racionalidad, que no tiene importancia. Contrariamente a Aristóteles, no sería apetecer, deliberar, decidir y actuar, sino, apetecer, reprimir, racionalizar, actuar. Curiosamente, la racionalización no es actuar conforme a la lógica, sino actuar con un mecanismo de defensa que nos ayuda a tragar la represión que nos imponemos. Su extremoso y rupturista alumno, Jung, que explicó que había un psicoanálisis judío y otro de otro tipo (¿ario?), acabó por estimar que entre la apetencia y la acción sólo existía el “reino de las madres”, que lo admitían todo, hasta la existencia de extraterrestres, brujas, magos, y mecenas femeninas con mucha pasta.
Pero si alguien llevó esta irracionalidad hasta extremos increíbles fueron Lacan y Althuuuser (jo, que miedo!) Lacan como laxan-te, con su silencio analítico o carraspeante, que acabó por no curar a nadie o por incitar a interpretaciones absurdas (¿qué ha querido decir con el carraspeo?) Así, lo importante en la irracionalidad era interpretar, e interpretaciones procaces mejor que las que llamaran al sentido común.
O ese Althuuuuuser, que se intercaló entre la ortodoxia y la revolución, entre su mujer y su amante, pero sin leer a Marx y tras abandonar el catolicismo por el cisma al que protocoló en su habitación. Este Althuuser que comenzó a exigir la muerte del sujeto por ser el elemento de alienación burguesa, acabó por hacer desaparecer a uno de los sujetos más cercanos, su propia mujer, ahogándola con sus propias manos en la bañera. Este sujeto que no somos es guiado por otro sujeto que no es, y por lo tanto, la irracionalidad guía a la irracionalidad hacia la irracionalidad, tristemente. Y esto, según Althuuuuuuuuuuser, ni siquiera es verdad, quizá correcto. Tan correcto como que él asesinara a su esposa en la bañera y un comité de expertos, tras analizar expertamente su comportamiento, concluyera que se hallaba en estado de locura transitoria cuando acometió el crimen. En todo caso, y desde la posición  Althusseriana, su acto irracional de asesinar a su mujer, incomprensible, lo lleva a cabo porque es una marioneta de la historia, guiada por una mano desconocida y no es achacable a él como sujeto, pues no existe. ¡Cómo no nos iba a gustar una irracionalidad que nos eximía de responsabilidad! Una irracionalidad que nos conducía a una nueva Inocencia. Nos aplicamos como benditos a propagar la nueva nueva entre todos los  llamados, pues ya no hay elegidos. ¡La  mano que guía la historia no existe!
Todos somos de la misma manera absurdas criaturas sin ningún Dios que nos guíe. Ya somos todos de nuevos europeos, los hiperbóreos nietzscheanos.

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