Mi reino es un mundo de dragones sin mazmorras

Hubo un tiempo, erase que se era una época huera que, con curiosidad del buscador de canciones perdidas, se inició en el año mil novecientos ochenta y uno, durante el mes de febrero, el día en que a Tejero lo auparon la tradición de la repetición hasta ala saciedad, justo cuando a Octavio Uña le retornaron a su cátedra madrileña pero con la pesada carga de su exilio forzoso en un Instituto periférico recién construido y no acabado, en que la vida consistía en el disfrute. Aquella consistía en algo novedoso, situación sin parangón: vivir se definía por el número de veces en que alguna mujer te bajaba la bragueta tanto en situaciones públicas como privadas, o, lo mejor de lo mejor, desafiando la llegada de los padres de ella y por el número de porros que alguien era capaz de fumarse tanto antes como después de que le bajaran la bragueta y por la osadía de darle vidilla delante de la profesora de inglés o consumar un coito viajando anfetamínicamente.
Esta novedosa situación en el mundo nos convertía, así nos parecía, en seres asociales y antisociales porque nos involucraba en contra del mundo, en contra del welt y de la weltandschauung, de la cosmovisión establecida. Al ir en contra del mundo, de esa trasnochada cosmovisión a la que nos enfrentábamos, creíamos ponernos al lado de la naturaleza, del um-welt, del entorno, revisando la vieja realidad mundana con unas maneras inusuales, y que nunca se hubieron utilizado: comprometidos con la naturaleza y siendo seres naturaleza. Sin duda nada teníamos que ver con el viejo mundo del que salíamos “lágrimasariasnavarro” y, desde luego, no merecíamos que se siguiese con antiguas catalogaciones, pues nosotros habíamos dividido el mundo en dos. No éramos progresistas ni celadores partidistas de los progresistas. No.
Éramos rupturistas, con ganas de finiquitar el mundo. Nos encantaba la manera de oponernos, el no porque sí: así, decíamos sí a los que esperaban de nosotros un no, y viceconversa. No pertenecíamos a este mundo y precisábamos de uno nuevo. ¿Cómo íbamos a pertenecer al mismo si sólo encontrábamos la admisible sonrisa plana, el amor hipócrita o la admitida pertenencia administrativa a una banda armada que luchaba contra un dictador al cual los padres de los mismos le dictaban sus dictados posteriores? ¿Cómo íbamos a pertenecer a un mundo de la apariencia en el apellido, de gusto por las putas y de mucho dinero en efectivo en los bolsillos? ¿Cómo íbamos a pertenecer a ese mundo que propugnaba obediencia ciega, voz de tenor, y que se aceptaran la humillación a la que eras sometido con una sonrisa angelical, de protomártir evangélico?
Necesitamos traer al mundo la disolución de la dis – ilusión que nos afectaba y nos afeaba. No nos agradaban ninguna de estas catalogaciones para integrarnos en las mismas, así que nos interesaba esa revuelta que nos volvía a la categoría de naturales y nos emparentamos con los famosos druidas celtas y a un movimiento pancéltico que nos engulló. Al festival de Ortigueira, raudos y veloces, a sus playas, a tararear canciones de Emilio Cao en un caos estivellico. Lo de céltico venía bien porque nos acercaba a lo naturalísitco, que nos alejaba de lo socio-pático: permitidme, pero sí, la sociedad precedente poseía un pazos de retórica apariencia, inaguantable.
Además de lo naturalístico nos comenzó a interesar lo irracional, lo que tenía que ver con lo inconsciente, el libre deambular del lenguaje, la casa del ser, el hombre como linguisticidad y juego de palabras o “palabrasa”, sin duda. El lenguaje que buscábamos era un lenguaje transgresor, íbamos contra toda ley, norma o costumbre, y, sobre todo, contra la costumbre, la herencia de la que debíamos abominar. La irracionalidad nos llevó a leer y buscar el amparo de Heidegger, Freud, Jung, Reich (ese orgasmo como un pleonasmo: ¡métete dentro) o los poetas fuera de la ley del grupo Rompente, que escogimos la necesidad de barrer lo imperceptible.
Nuestro pazos sería la aparente retórica, ser un bluff.
Y todo envuelto en la música del rock and roll, claro. Una voz específica de un tiempo repetitivo pero distorsionado, nuestra fuerza. Meat and potatoes, Mari Carmen García Banuelos y sus VulpeSS, Eskorbuto. La voz específica, que se desdoblaba en múltiples voces en Vigo, Madrid, BaraKaldo, Portu: y cito a Lavabos Iturriaga, Los Santos, en un tiempo repetitivo, pues siempre era el mismo día de libertad y transgresión, distorsionado, porque para cada cual era su tiempo (mi tiempo era un tiempo de “Eguzki”)
En fin, más que un mundo, un reino. Nuestro reino. Un reino no como el reich ni como el reino de los “testículos” de Jehova, dese luego, sino como algo novedoso, no inventando. El reino en el cual cada uno pone el nombre a lo que absorbe, el reino de las sílabas. Como si introdujéramos las sílabas todas del lenguaje todo en un bol y al azar las extrajeses para pintar un nuevo orden o desorden o contraorden o suspiroden o un viaje por el mar de la estrella negra. El reino dada, donde dada es que más da, ahora te toca a ti, o que has sustraído del supermercado. En fin, fon, fan, fun y peteiche na porta…
Lo mejor es que el mundo que nos tocó vivir fue gobernado por el un presidente que le tocó hacer lo mismo que a nosotros, es decir, el no porque sí, el gran D. Adolfo Suárez. Que no legalizaba al PCE pero sí o no, y así, que nos hizo vivir en la España del inconsciente colectivo, del pleonasmo y donde su voz específica resonaba distorsionada pero evidente. Al fin supimos que significaba que tu reino fuera de este mundo.
Esto subsistió hasta mil novecientos ochenta y seis, donde un gobierno que quería legislarlo todo acabó por precipitar la aparición del “individuavisa” y mucho cooner in the corner…y mucha “fusiónlab”.

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